Por: Elvira González.
Después de una noche romántica, ardiente, sintiendo las delicias en boca, relajados, estimulados cada uno de sus sentidos, ella despertó primero. Al ver a su despeinado arquitecto sonrió recordando las cosas que le platicó de su infancia, cambiaba dulces por besos a las niñas, trabajó desde chico. Ambos libres, sin compromisos, llevaban varias citas, le parecía que a eso se podría llamar una relación, pensaba tocar el tema. De verdad le gustaba más allá de lo físico, caballeroso, inteligente, a veces tierno. Sentía que se estaba enamorando, fue al baño se lavó los dientes, cepilló su cabellera color azabache lacia. era muy blanca, tenía las mejillas rosadas, un toque de perfume. Con la bata puesta fue a la cocina, en un recipiente colocó huevos, batió , la mantequilla en la sartén, finas tiras de cebolla , champiñones rebanados, toques de pimienta negra. Sazonó, vertió la mezcla, encendió la cafetera, pan en el tostador, con una pala dio vuelta a la tortilla, dejó a fuego lento. Terminó de recoger algún vaso, limpió a mesada, sobre la barra dos manteles individuales, platos extendidos, cubiertos, servilletas, vasos, tazas. Licuó unas fresas y les exprimió naranjas, sirvió en los vasos, adornó con media fresa, mientras recordaba algo que le contaba su abuela. Quizás esa era la razón…
De pronto, escuchó la voz de su dulce arquitecto, la abrazaba por detrás mientras besaba su mejilla, se dieron los buenos días. Ella se giró un beso cariñoso en los labios con sabor a pasta dental, se agradecieron la deliciosa velada. Le hizo saber le había encantado todo, su apartamento, la cena sublime, las sorpresas, su cama, ella, confesó que le tenía loco. Sentados bebiendo el jugo, después del primer bocado del huevo, suspiró, volteó a verle, tomó su mano, dejo saber que se estaba enamorando. Solamente lo sentía, el deseo era ardiente, pero además con ella encontraba esa sensación de hogar, cómodo, en confianza. Ella respira profundo, le mira sonriendo. Se besan en los labios, él le pide sea su novia, la bibliotecaria, le abraza, acaricia la barba, le dice estar encantada, rozan sus labios. El le dice «novia mía, me encantas», ella responde «novio mío, tu también». Otros besos en tono de ternura.
Después de beber el café, se para lleva los platos a la lava-vajillas, se pone detrás de ella, abre la bata baja los tirantes del camisón. Descubre los voluptuosos atributos, los roza con la yema de los dedos, eso le gusta, baja una mano para acariciar ese rincón con esmero. Al tiempo que roza el lóbulo de la oreja con los labios, le dice lo que desea hacerle, ella suspira. Continúan así por algunos minutos hasta que ella inclina la cabeza hacia atrás, levanta las manos para acariciarle, se prensa de la bata. Haciendo muy evidente que lo había disfrutado, se levanta lo toma de la pijama, se besan incluyendo ese lenguaje de lenguas. La levanta, se la lleva cargando a la habitación, él le advierte será la primera vez como su novia. Vuelan las prendas de ambos, la sienta sobre la cama y de rodillas ante ella, elogia su sensualidad, provoca más estremecimiento. Entonces ella le abraza, él no se contiene más embonan sus cuerpos, rítmico vaivén de caderas, disfrutando. Culminan su expresión de pasión ella sentada en él, quien se incorpora para comerle la boca y bondades al tiempo. Abrazados piel con piel, por unos minutos se quedan, hasta que recuerdan deben ir a trabajar. Deciden bañarse juntos, él se mete primero, ella arregla la cama y saca su ropa. Le alcanza, le agrada la amplitud y el azulejo. Entra ella se tallan las espaldas, un par de besos, él sale primero de bañarse. Se viste pantalón de mezclilla camisa azul como sus ojos, loción. Ella sale se da cuenta que revisaba el celular, levanta la vista para ver la forma en la que cubre su figura, se cepilla la larga cabellera, se veía muy atractiva, piensa.
Entonces el arquitecto le menciona que revisaba el vídeo, la grabación de la noche anterior, se ve la morena de los rizos con algo como una pala. Se asomaba por la ventana, luego agachada parecía buscar algo debajo de los escalones de madera de la puerta trasera. Le mostró la imagen, se miraron, él no entendía que hacía ahí, haciendo una broma menciona no haber enterrado el tesoro bajo su casa. De pronto, ella recuerda que ese terreno había pertenecido a la difunta abuela de la chica de los rulos. Se decía que la antecesora había enterrado una especie de alhajero ahí. Quien vendió la tierra a una familia, a ellos se los compró él.
La bibliotecaria, mientras se maquillaba de forma discreta, le platicó que sus abuelas fueron muy amigas. (Ambas viudas). Hasta que un día un atractivo extranjero llega al pueblo, ella le conoció primero y se le lanzó, le invitó a cenar, buscaba enamorarle. Era una mujer de piel tostada, pronunciadas curvas, cabellera ondulada, su nieta era muy parecida a ella. Le sedujo, pasó la noche con ella, en el pueblo todo se sabía. Al día siguiente, regresaba el prometido de la señora. Lo cual decepcionó al guapo extranjero, al cual le gustaba leer, cuando entra en la librería al ver a su aún joven abuela. (Quien era muy blanca, mejillas rozadas, ojos grises, cabellera azabache lacia. labios rojos, buena figura voluptuosa). Tras el mostrador atrajo su atención, preguntó por un libro antiguo, se lo mostró, terminaron sentados en la sala de piel bebiendo algunas infusiones. De ahí todos los días, hasta que entre libros,largas charlas, tazas de té, risas se enamoraron profundamente. Él había conectado el apartamento con la librería, era un hombre muy rico, viudo también. Al principio sus encuentros eran algo clandestinos, la celosa con quien tan solo había asad una noche, solía acosarles. Si ese pasillo hablara, ambos recordaron lo sucedido ahí.
El enamorado arquitecto estaba sorprendido por la historia y fascinado con la abuela de su bibliotecaria amada. Ahora tenía más curiosidad por saber que había detrás de la puerta del pasillo de los fogosos. Además de conocer que estaba enterrado en su propio terreno, necesitaba enfrentar a la morena de los rizos, tenía la evidencia grabada. La nueva pareja salió a trabajar, ella no saldría a comer, tenía que hacer un inventario, él le ofreció´llevarle algo de comer, tras dejarle en la librería fue a su casa.
Al llegar revisó, exactamente junto a los escalones de madera junto a la puerta trasera había clavado la pala. Movió la cabeza, no tenía objeción en ayudarle a sacar el joyero de su abuela, pero que forma de actuar tenía.
Deseaba sorprender a su amada bibliotecaria, prepararía un caldo con fideos, verduras, huevo, estilo oriental. Colocaría en el jardín una mesa con dos sillas, faroles de papel con luz, velas, pétalos, música. Bailarían, después le daría un masaje, estaba emocionado. Fue a la cocina, la olla en la estufa con los ingredientes, olía delicioso. Cortó unas piezas de madera, parecía un biombo al estilo de la cena, unos cojines sobre una esterilla, piedras, una toalla. Tendrían una velada diferente, apagó la estufa y cerró.
Llevaría la muestra de la celosía con la dueña de la cafetería, junto con el plano de distribución. Se estaciona junto a un convertible antiguo estaba impecable, fuera casco. Cuando entra ve que estaba ocupada hablando con un hombre muy interesado en ella, se sienta en la barra, comería un bocadillo y limonada. Encargó otro para llevar, además de unos bizcochos azucarados adornados al centro tenían un corazón. Saludó a un hombre que estaba al lado, alto, de piel bronceado oscuro, fuerte, parecía la descripción del novio de la morena de rulos. De pronto, él se presenta es contador, le pregunta si acaso es el arquitecto. Sorprendido asiente, se dan la mano, necesitaría sus servicios unos cambios en su apartamento. Estaba comprometido, su prometida era la morena de los rulos, la propietaria del supermercado. Entonces él menciona que era el novio de la bibliotecaria. Conversan se caen bien, acuerdan una cita para ver el área. El alto bronceado le cuenta que el terreno donde tiene su casa años atrás había pertenecido a la abuela de su prometida.
La dueña de la cafetería, va a verle un momento, le aprueba la muestra, él le menciona que el caballero se ve cautivado por sus encantos. Ella sonríe, le llama amigo, indica que la cuenta es gratis esta vez. Se despide.
Va rápido a dejar el bocadillo a su bibliotecaria, quien estaba con su asistente, una señora muy amable. Pasaría por ella más tarde, beso sutil.
Regresa a su casa, aprovecha el tiempo, se cambia de ropa y va a la librería, justo cerraba la puerta. Se sube a la moto, lo abraza con ganas. Menciona tener hambre y sentirse cansada, pero feliz de verle.
Le tapó los ojos hasta llegar al jardín donde se encontraba la mesa iluminada entre velas y faroles, pétalos, emocionada al ver lo que hizo. Caballeroso le dejó sentada, regresó con dos tazones de fideos, té helado y rodajas de limón. Mientras cenaban tal delicia, elogiaba el biombo y toda la decoración. Ese caldo restaurador, el postre, bizcocho azucarado con un corazón al centro, sabía a naranja, Con el azúcar cubriendo sus labios lo besó con pasión. La invitó a bailar pegados, despacio, mejilla con mejilla, algunos besos, movió el cuello con la mano en la nuca. Le dolía un poco, entonces, le invitó a pasar detrás del biombo, debía quitarse toda la ropa acostarse boca abajo. Ella se mordió el labio inferior, él cambió la música por algo relajante con sonidos del agua cayendo sobre las piedras.
Dijo estar lista, muy serio, en su papel comenzó a dejar caer gotas de aceite tibio desde la nuca hasta donde se terminaba la espalda. Deslizó las palmas de las manos unidas por el pulgar a los lados de la columna vertebral y más abajo. Ella comenzó a hacer esos sonidos cuando se siente alivio, algunos deslizamientos, atendió el cuello. Después de unos minutos, la paciente le informa que tiene una molestia en las clavículas. Se da la vuelta, le indica el área, muy obediente, luego menciona que es más abajo, dirige sus manos encima de sus voluptuosas bondades. Encantado de dar masaje al área, la estresada bibliotecaria toma una de las manos, comienza a lamer las yemas de los dedos. El sensual arquitecto se enciende, pregunta si puede proporcionarle alivio en otra zona. Ella lo toma le la camisa, tan cerca que le muerde el labio, estaba autorizado. Desliza las manos recorriendo toda la silueta, entonces, sin descuidar la zona superior. De rodillas a un lado de ella, se inclina para alcanzar la entrepierna, la temperatura de sus dedos era elevada. Ella se retuerce, aprieta el varonil muslo, emitiendo esos sonidos provocativos…
Sentada sobre la pelota de pilates, descalza, una taza de tisana de frutos rojos, naranja y jengibre. Velas encendidas a favor de la salud, paz, amor, armonía para el mundo entero. El ambiente inundado a vainilla, canela, cardamomo, azúcar derretida, el horno termina de cocer la mezcla, parece que esponja bien. Además del pastel sobre la mesa encontrarás infusiones, café, batidos de frutas. El cómodo sofá frente a una pintura mural, es un atardecer con el mar en calma, luces tenues de las lámparas. Mientras escucho You Don´t Have To Say You Love Me/ lo chen non vivo senza te -Jack Savoretti – Una voz muy varonil, excelente interpretación. Agradezco tu gentil presencia al blog.
Respira calma. Inhala amor y exhala vida…















Fotografías de Elvira González.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
Continuará…
Deja una respuesta