Por: Elvira González.
Contra la pared, él detrás de ella entregándole todo, ambos cantaban con fuerza expresando ardiente pasión, esa química explosiva, estimulante. Mientras la morena escuchaba eso sentía coraje, eso confirmaba que si la había engañado, pero no podía dejar de pensar en su viril cuerpo. No paraban, resultaba tan incitante, la puerta de atrás abierta entró sigilosamente, era claro estaban en la habitación, se mordió el labio. Ahora ella gritaba más, qué le haría le dio envidia, el hombre era tan talentoso, comenzó a acariciarse, respiraba agitada. Sin darse cuenta se recargó en una mesa, tiró una pieza de cristal se hizo añicos contra el piso. Salió rápido por atrás, al pasar tomó las prendas negras de encaje del pretil de la ventana, corrió hasta su camioneta. Estacionada a metros de distancia.
Aunque se encontraba tan concentrado con la sensual bibliotecaria, alcanzó a escuchar algo, bajó con la toalla en la cintura y un bate. Cristales en el piso la puerta trasera abierta, tan solo eso, colocó en seguro. Subió a ver a su radiante invitada, se besaron, ella necesitaba ir a su casa a cambiarse y abrir la librería. Él le pidió que cenaran juntos, trabajaría en sus repisas, más tarde se las arreglaría, ella lo beso aceptando, había sido memorable. Entonces, ella menciona haber lavado sus prendas negras de encaje que puso en el pretil de la ventana a secar. Él con gusto bajaba por ellas, sorprendido regresó, no estaba su lencería sexy. Era muy extraño la puerta abierta, la pieza rota, además faltaban los encajes. Se tendría que poner el pantalón y la chamarra de piel, él la llevaría a su casa.
Después de dejar a la bibliotecaria quien le había dado la noche de su vida, estaría todo el día con la sonrisa más grande. Fue a comprar lo que le le hacía falta para arreglar las repisas de los libros, serían reforzadas. Se detuvo un momento en la cafetería, tenía ganas de un pastel de queso con fresas, el postre después de la cena. Estacionado, cuando se quita el casco entes de bajarse, mueve la cabeza, se veía más sexy de lo habitual. La dueña de la cafetería quien bebía café se lo tira encima al ver esos movimientos, la camisa azul abierta resaltaba su ojos. Con el escote mojado, intentaba quitar la mancha de café, al ver lo sucedido, caballeroso saca su pañuelo para limpiarle. Ella se muerde el labio, claro que permitiría que la limpiara y todo lo que quisiera hacerle, pensó la pastelera. Aunque era imposible notar los atributos asomados por el pronunciado escote, una mujer muy atractiva, agradable, risueña. No estaba prohibido admirar. Sin embargo la sensual bibliotecaria lo tenía con ganas de más, ansiaba estar con ella, además era muy interesante.
Él muy amable, le informa que ya trabajaba en el diseño de unos gabinetes, con unas celosías, estaba seguro le gustaría. Sería acogedor, ese toque romántico, creando un ambiente íntimo, que invitara a una buena charla. Ella lo observaba hablar con tanta pasión, le decía que si a todo, recargada sobre el mostrador inclinada hacia él. Apenada por el pañuelo, pregunta si se lo puede entregar después, sonríe le dice que no se preocupe. Pregunta por el pastel de queso adornado con crema batida y jugosas fresas encima. Además de unos croissant que parecían recién salidos del horno, le preparan todo para llevar. Ella le ofrece un chocolate con almendras para untar, es receta de la casa, acepta, menciona es capaz de convencerlo de cualquier cosa. Ella quizás tomaba sus palabras literalmente lo deseaba desde que lo vio.
Cuando sale, ella suspira, la empleada y una señora al final de la barra también, cuestionaban quien era. La clienta preguntó si venía en la receta médica, necesitaba ese medicamento tres veces al día. Carcajadas de las tres, quienes estaban algo acaloradas con el arquitecto, quien ofrecía una perspectiva irresistible desde cualquier ángulo. Tres vasos con té helado sirvieron para brindar por la visión arquitectónica, que dejaba sin aliento.
Las costosas prendas de encaje y seda negra que fueron extraídas de la ventana de la casa móvil, estaban en las manos equivocadas. Se fue directamente a la oficina del ex-novio, quien ahora era su prometido, entró, cerró la puerta, dejó caer el vestido. Él gratamente sorprendido, hizo a un lado los papeles para sentarla, comenzó a besar cada parte, bajó los listones de seda y encaje negro. Los carnosos labios de su atractivo moreno, rozaban esas partes descubiertas, para explorar después entre sus piernas. De pie, ella le bajó en pantalón agitaron el resistente escritorio, los números parecían multiplicarse, voces en tono cada vez más alto. Ella recordaba la voz del sensual arquitecto gritando, lo cual la encendía más. El bronceado prometido, al sentirla más atrevida suponía que quizás había tenido una aventura, eso no le interesaba. Era más ardiente ahora, eso le encantaba, ese libro de pasta dura con las imágenes tan sugerentes que le regaló, tal vez la inspiraron. Repitieron la dosis un rato después, ella estaba fascinada, tendría que sorprenderle con frecuencia. Planeaba casarse con él, ese distanciamiento había favorecido lo que ahora sentían. Claro que el guapo moreno no sabía de dónde habían salido los sensuales encajes negros.
Los celos fueron la causa de que él alto bronceado terminara con la morena de los rizos, estaba muy enamorado de ella. Pero después de mostrar tal inseguridad, dijo no querer compromisos y se fue de viaje unos meses. En ese viaje en una exhibición de libros, asistió a una conferencia, quedó cautivado por la interesante plática, además la presencia de la ponente era magnética. Esa noche asistió al bar del hotel, se encontró a la sensual bibliotecaria sentada a la barra, él se acercó a felicitarle por la conferencia, una agradable charla. Ambos habían terminado sus noviazgo a causa de los celos del otro. Algo más en común que tenían, se gustaron, bebieron un poco más de vino. Subieron juntos al elevador, pero de pronto él rodeó su cintura, ella frotó su espalda baja.
Los ojos de él incrustados en el escote que sin ser muy pronunciado la tela ligera dejaba ver el encaje. Se besaron, ese contacto de lenguas fue suficiente, estaban muy agitados, las manos de él habían rozado su blanca piel. Ella lo invitó a su habitación, antes de entrar le advirtió que sería tan solo una aventura, apenas cerraron la puerta. Él la despoja de la blusa, ella de la camisa, él estaba vuelto loco con la palidez de sus voluptuosos atributos enmarcados por el negro encaje. Salen volando falda y pantalón, terminan recorriendo cada rincón de la habitación. Su hermoso tono bronceado y cuerpo viril, los labios carnosos que sabía como utilizarlos, provocaron pasar juntos el fin de semana, relajados.
Cuando al final deciden intercambiar datos, tan solo por si algún día se ofrecía algo, se percatan que la novia de él es la morena de rizos. Apenas se habían visto alguna vez, no eran amigas. Hacen un pacto, nadie debía saber lo sucedido, se dieron lo que necesitaban en ese momento tan especial. Un abrazo fuerte, quedaron como buenos amigos, ella le sugirió buscar a la hermosa chica, quien quizás ya se había tranquilizado.
De alguna forma la morena de los rulos, veía a la sensual bibliotecaria como una rival, no sabía lo sucedido en aquel viaje. Pero él solía ocasionalmente comprar libros caros, siempre comentaba que era un lugar interesante. El guapo bronceado y la dueña de la librería nunca se tocaron ni la yema de los dedos, pero les daba gusto saludarse.
Al robarse las prendas de seda y encaje de la bibliotecaria y usarlas la morena se sintió poderosa, más segura de ella. Al visitar a su guapo prometido se comportó más salvaje, atrevida, él quedó fascinado.
Mientras el arquitecto trabajaba en su taller, había acondicionado una parte del jardín con sus mesas de trabajo. Debajo de un toldo, las repisas estaban listas, el sol estaba fuerte se secarían más rápido. Escuchaba jazz, bebía té helado, disfrutaba realmente lo que hacia. Cuando las repisas estaban listas, fue a colocarlas a la librería, ella atendía a unas clientas. Se miraron sonriendo, las señoras de cierta edad al verle pasar giraron la cabeza incrustando los ojos en varonil figura. No tardó en colocar las reforzadas tiras de madera, ella fue a verle un momento, era conveniente no colocar peso sino hasta el siguiente día. Más tarde pasaría a recogerle.
Llegó a su casa preparó arroz blanco y bolas de carne rellenas en una salsa de rojos tomates con toque picante. Arregló la mesa, colocó velas un camino de pétalos por toda la escalera hasta la habitación. El pastel de queso sobre una base de cristal. Entró a la ducha, un pantalón negro, camisa color lila, loción, se peinó hacia atrás con un poco de gel. Justo a tiempo para ir a por su atractiva invitada, Había lavado la moto, la cual brillaba, llevaba un casco para ella. Estaba cerrando la puerta cuando llegó. Se gira camina hacia él, al parecer traía ropa diferente bajo una gabardina, un bolso grande con algunas prendas.
Ella le pidió estacionara la moto junto a la puerta de atrás, sin cuestionar hizo caso, entraron, todo lucía lindo, velas, pétalos, ambiente romántico. Se besaron con roce de labios, suave, sin prisas, él preguntó si quería quitarse la gabardina, mencionó después de la cena. Tenía mucha hambre, solamente comió una ensalada de atún, las bolas de carne y el arroz una delicia, bebieron una cerveza cada uno. Conversaban, risas, besos, una taza de café, el pastel de queso se veía estupendo, ella toma una fresa juega un poco rozando su boca. Él ansioso por ver que llevaba debajo, ella comenzó a desabrochar despacio, asomaba pierna, atributos saludando, no se percibían rastros de vestido. Sentados muy cerca él comienza a subir por el muslo, besa el cuello, mete mano arriba, ella le sonríe picara.
Ella le pone la mano en los pectorales, de pie frente a él, muerde el labio, abre la camisa le besa desde las clavículas bajando. Le indica que la descubra, tan solo vestía lencería, desliza los tirantes para bajar el encaje color violeta. la gira. Parado junto a ella la rodea con sus varoniles manos toman el control, las femeninas palmas hacia atrás frotan el pantalón.
Minutos después se da vuelta dejando caer el pantalón, ella chupa el lóbulo de la oreja, al oído le pide algo, él se muerde el labio. Caminan hacia la puerta trasera, risas coquetas…
Sentada sobre un cojín cuadrado, una taza de chocolate amargo con cardamomo y jengibre. Velas encendidas llenas de buena intención evocando a la salud, paz y armonía en mejores condiciones para el mundo. Apenas saqué del horno pan de anís con natas y azúcar mascabado el cual ha inundado el ambiente, lo coloqué en una tabla de madera sobre la mesa. Servicio de café, leche e infusiones justo al lado de cómodo sofá. Mientras escucho a Two Feet – Momentum Ep- una voz interesante. Agradezco tu siempre grata presencia al blog.
Respira hondo. Inhala paciencia y exhala suspenso…













Fotografías de Elvira González.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
Continuará…
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