Casa móvil y más apasionado…

Por: Elvira González.

Su primer encuentro ella posando para él, sensual, provocativa, haciendo uso de sus habilidades manuales estaba inspirado, muy estimulados. Aquella había sido una experiencia muy emocionante, les dejó con ganas de más, la habitación estilo antiguo, entre las velas, lámparas, pétalos. Poseía un aire romántico de embriagante seducción, abría la mente alentando la creatividad, avivando esa chispa que de por si ya tenían. Caminaban de la mano por el pasillo el cual llevaba a tres destinos, al final la librería, al centro ese rincón de fantasía y de regreso al acogedor apartamento. Al entrelazar sus dedos con los de ella, tuvo una visión la imagen de ella embarazada, la percibió como su esposa, una hermosa sensación. De pronto, la detuvo y sin pensar ni un instante,(aferrado a su cintura, frente a frente). Preguntó si lo que tenían era pasajero o quizás consideraba algún futuro con él. Le miró con tal dulzura, suspiró mientras con sus dos manos tomaba el varonil rostro de su hombre. Más allá de la fuerte atracción física, que además la volvía loca de placer en la cama, estaba el caballero pulcro, inteligente, culto, trabajador, detallista. Ese ser humano bueno, noble, de gran corazón el cual claramente percibía. Entonces, añade que quizás se estaba enamorando para durar algunos años juntos, apenas acabo de hablar él calló su boca con un beso. Suave con ese roce de labios dedicado, rico, para después sellar lo dicho con sus lenguas, fundidos en el abrazo. Continuaron caminando abrazados, ambos con ganas de acurrucarse en pijama con una taza de infusión, para ver una película romántica. Aromaterapia en el difusor con aroma a cítricos.

Sueño profundo y reparador, despertaron acostados de lado uno frente al otro, sus miradas se cruzaron, un beso sutil en los labios. (Ambos preferían lavarse los dientes primero antes de entrar en un beso profundo). Se abrazaron, mencionando la noche tan especial, estaban muy hambrientos, él se ofreció a preparar el desayuno mientras ella se duchaba. Aunque era tentador entrar los dos juntos a tallarse la espalda, tenían por delante un día ocupado, ella más que él. Cada uno a hacer lo suyo, en pijama, fue a la cocina, le gustaba la forma en que la luz entraba en las mañanas, era un hermoso espacio. Colocó un tazón de cristal sobre la mesada, rompió cuatro huevos, batió utilizando el globo metálico, agregó un poco de leche y queso crema. Sazonó, cortó cebollín finamente picado, pimienta negra, sal, cortó rebanadas gruesas de pan mojando cada una en la mezcla. Mantequilla danzando en la sartén, dorando el pan, sacó del refrigerador pechuga de pavo y queso manchego en dos caras tostadas.

La cafetera emitía ese maravilloso sonido cuando esta a punto de salir el preciado líquido de aroma irresistible. Sin darse cuenta tarareaba una canción romántica, tema musical de la película que habían visto. Cortó en dos partes al colocar en los platos extendidos. Acompañó definas rebanadas de tomates rojos, gotas de aceite de oliva y vinagre balsámico, algunos granos de sal encima. Plátano con algunas uvas en copas, coronando con toque de yogur natural. Dos manteles individuales rojos sobre la barra blanca, cubiertos. Servía el café cuando sintió los brazos de su amada rodeando por detrás, el delicioso olor inundaba la casa. Ella lucía muy guapa, la elogió, todo se veía delicioso, disfrutaron cada bocado. Entre charla y sonrisas, los platos serían lavados por quien ya se había bañado, él saltó a la ducha. Después de tales delicias, ella quería comerle a besos, le podía fascinar que le preparada los alimentos. El hombre que tanto le gustaba en pijama preparando el desayuno con tal cariño, no podía haber algo más lindo y sexy, provocaba que su corazón se acelerara.

Cuando entró a la ducha todo estaba acomodado, parecía que estaba recién lavada, olía a lavanda con manzanilla. Ese tipo de detalles para él no pasaban desapercibidos, disfrutaba del orden, así le habían educado. Aprendió a lavar su ropa, limpiar la casa, cocinar, aunque siempre alguien le resolvía esas cosas. Pensaba que un hombre no debía depender de una mujer para mantener limpio su hogar. Salió con la toalla a la cintura, mojado todavía, el pelo alborotado, al verle sentada en la silla junto al tocador con las piernas cruzadas. La abertura de la falda dejaba asomar parte del muslo, la blusa insinuaba sutilmente sus atributos, el cabello acomodado del lado izquierdo. Estaba en una llamada con un proveedor negociando, una libreta sobre la cubierta, el bolígrafo en la otra. El cual entraba y salía de su boca, tinta azul, labios malva, esa visión ocasionó que una parte de su viril cuerpo reaccionara. Sabía perfectamente que no tenían tiempo de hacer algunos giros entre las sábanas. Frente a ella dejó caer la prenda blanca, mientras le recorría el escote con el dedo índice.

Ella se mordió el labio inferior al tiempo que levantaba la ceja izquierda, que visión pensó, se lo quería comer. Tenía ganas de acariciar su cuerpo húmedo percibía el olor de su loción, lo miró implorando piedad. Señalaba el celular, era importante, le puso cara triste, se reía después, una mujer de negocios tan sensual. Se vistió pensando en sentarse en un cubo de hielo, de pronto, algo se le ocurrió frotó la barba con su mano derecha.

Terminó la llamada telefónica, estaba vestido de azul se peinaba le abrazó por detrás, dejando claro que no era desprecio. Advirtiendo que se desquitaría en la noche, el se gira, un beso sutil, ella aprieta su trasero. Él también se lo agarra, ella clama piedad, necesita abrir la librería tiene una cita con un coleccionista. Salen, cada quien a sus labores. Ambos tenían el libido muy alto, guardarían esa energía para la noche.

El arquitecto va a su casa, hace algunos ajustes a una pieza de madera, para poder ensamblar cuatro pisos de platos redondos del mismo material. Para una exhibición de la pastelería, una idea propuesta por él. Pone una carga de ropa en la lavadora, abre las ventanas para que el aire circule, enciende una vara de incienso de canela. Mientras esperaba que las bases secaran totalmente la capa de barniz mate que aplicó. Suspiraba al pensar en su sensual bibliotecaria, se entendían bien, esas largas charlas sobre cosas profundas o simples, las risas, la pasión. Se percibía más contento que nunca. Se sentó a revisar que pagos debía realizar, ordenó algunas cosas, preparó limonada con rodajas de pepino y hojas de menta. Guardó la jarra en el refrigerador, cortó col morada, en tiras, abrió dos latas de atún, mezcló con aguacate, un poco de mayonesa. Chícharos y zanahorias, vertió soja, jengibre en polvo, toque de wasabi, mezclo todo. Colocó en dos recipientes herméticos, en dos bolsas aparte algunos crutones con parmesano, toque de ajo y albahaca. Botellas térmicas con el agua para llevarle a su amada de comer.

Afianzó las cosas en la caja de carga de la moto, se aplicó más loción, (ese era uno de sus hábitos) salió para la cafetería con todo listo. Cuando se puso la chamarra negra de piel no pudo evitar recordar aquella ocasión en la cual se la puso su amada. Llegó a la pastelería, bajó la pieza de madera para exhibir los pastelillos, la dueña estaba encantada. Pesaba un poco, pidió le ayudara a mover una mesa redonda en donde quedaría puesta. La gentil mesera le ofreció una infusión de frutos rojos, aceptó encantado. Comenzaron a distribuir las pequeñas tartas, chocolates, galletas, en su mayoría con corazones, o diseños alusivos al romance. El día de la fiesta se acercaba, la ventas se incrementaban. Todo se veía delicioso, bebía la tisana que le sirvieron, cuando sonó su celular. Era la bibliotecaria quien tenía una problema con los cables debajo del mostrador una pieza de madera se zafó. Estaba con mucho trabajo entre la computadora y pedidos, preguntó si podía ayudarle.

No tardó en llegar con una bolsa de papel kraft dentro la ensalada, crutones, agua, servilletas, cubiertos y un chocolate. Ella estaba al teléfono, al ver el contenido, frunció los labios enviándole besos. Hizo señas de que pasara, tenía las piernas encima de una repisa bajo el mueble. El se metió debajo, entre pinzas y otras herramientas ajustó la pieza, arregló los cables. Señaló que encendiera el equipo, para verificar la conexión, ella levantó el pulgar ya estaba arreglado, solamente sujetaría el cableado por dentro de la cubierta. Fue a buscar una funda a la moto. Al entrar bajo la persiana de la puerta donde indicaba hora del almuerzo, cerró con llave, ella no se dio cuenta escribía algunos datos. Se agachó quedaron cubiertos y fijos dentro de una canaleta especial.

Desde ahí lograba ver debajo de su falda parte del encaje entre sus piernas, comenzó a rozar el tobillo lo las yemas de los dedos. Subiendo, ella le miró abriendo la boca, él separó los muslos mismos que lamió. (Continuaba en la llamada, mordía el bolígrafo), le sacó la prenda de color blanco, la olió, se la guardó, sumergido entre sus piernas. Hizo alarde de sus habilidades manuales y bocales, ella se agarraba de la cubierta. Aclarando la garganta pidió le enviaran la cotización por correo y colgó. Volteó a ver la entrada, se percató estaba cerrada, gritó con fuerza, se arqueaba, sujetó del cabello, lo despeinó, extasiada, repetía no parara. Tocó las estrellas y apenas era la hora de la comida, su hombre estaba muy hambriento, ella no opondría ninguna resistencia. Cuando terminó (el de rodillas ella sentada) lo tomó de la camisa, besos profundos, ardientes mostrando la felicidad que le provocó. Lo sentó, bajó el cierre del pantalón de mezclilla azul oscuro, cinturón abierto (ella debajo del mueble) Antes de dejarla hacer eso que tanto deseaba, le abrió la blusa, descubrió sus bondades, aferrado a ellas, se las elogió. Beso en los labios, ella alabó su virilidad, él acariciaba su melena azabache, lo ponía loco. De pronto, le pidió a su amada se sentara encima de él, la falda arriba, blusa abierta.

Parecían dos adolescentes, agitados, besos, caricias, ella le abrió la camisa turquesa, para sentir su piel, contorneo de caderas. En un instante cuando ambos emitían fuertes sonidos, tocan a la puerta, él aprieta el botón que baja el asiento. No se detienen, hasta alcanzar la nota más alta.

La silla acaba rompiéndose, ellos emocionados, se quedan abrazados sintiendo amor, él besa el dorso de su mano, ella roza la barba con ternura. Al percatarse que el asiento ya no subiría más, las carcajadas, ella no se podía levantar, decía necesitar una grúa, entonces le ayuda y ella también. Él acaricia el rostro de ella con ambas palmas, la veía fascinado, se estaba enamorando lo sentía hasta los huesos. Se arreglaron las prendas, ella encendió un incienso de romero. Él llevó la silla a la parte de atrás, trataría de arreglarla, aunque parecía no tener remedio,tomaron dos bancos de la cocineta para sentarse a comer las ensaladas. Eran una delicia. Algo que siempre disfrutaban era reírse juntos, quizás por cosas simples.

Minutos después, levantó la persiana colocó el letrero de abierto, no se imaginaba quien había tocado a la puerta, era…

Sentada en un cojín de meditación, descalza, una taza de aromático café con toque de leche. Velas encendidas por la salud del planeta, la paz en el mundo, buenas condiciones de vida, tranquilidad, respeto y en armonía. Cómodo sofá color beige, cojines en tonos malva, tapete haciendo juego, sobre la mesa flores, servicio de té y café. Recién salida del horno una tarta de queso con manzana y almendras, caramelo derretido encima. Mientras escucho Simply Falling -Iyeoka- ritmo cadencioso, voz genial. Agradezco tu encantadora presencia al blog.

Respira tranquilo. Inhala profundo y exhala relajación…

Fotografías de Elvira González.

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Continuará…