Por: Elvira González.
El antifaz de seda roja sobre la cama lo había inquietado, ella lucía tan sensual, el ambiente seducía, cómodos en la sala. Degustaban un queso de cabra preparado con uvas verdes picadas, albahaca, toque de pimienta. Sobre unas galletas muy delgadas, crocantes, el vino, la charla tan interesante sobre la antigüedad de la librería, herencia de su abuela. Quien era una mujer adelantada a su época, ella le había criado, desde pequeña le apasionaban los libros de todo tipo. El departamento también era antiguo lo había renovado, respetando ciertas molduras y vigas que imprimían un aire misterioso e interesante. Enseñada a ser muy independiente en todos aspectos, adoraba sentirse libre, confesó que amaba tener el control, en su vida. Él estaba casi hipnotizado, la pasión y seguridad con la cual se expresaba, cruzó las piernas la abertura permitió ver las piernas, le incitaba meter mano. Se levantó al percibir el aroma a queso dorado, mantequilla, hierbas finas, la acompañó ofreciendo su ayuda. Sacó un recipiente de cristal pasta corta con carne, aceitunas, salsa de rojos tomates, queso parmesano. Tiras de berenjena asadas con toque de aceite de oliva, vinagre balsámico pizca de orégano para acompañar. Llevaron a la mesa la cena, ambos habían comido ensalada, tenían hambre, caballeroso le acercó la silla.
Un hombre tan atractivo, gentil, caballeroso, inteligente, además de ardiente, resultaba irresistible, eso pensaba mientras cenaban. Al primer bocado él cerró los ojos, mientras emitía ese sonido sin más explicación que lo sublime, sencillamente paladar seducido. Le miró mencionando que si deseaba adueñarse de su voluntad lo estaba logrando, ambos soltaron la carcajada, terminaron de cenar. Llevaron el pastel y café a la mesa, el chocolate se derretía en la boca, ella se reía al escuchar sus anécdotas de niño. Cambiaba a dulces por besos a las niñas, se agachaba a levantar el cuaderno, lápiz del piso para ver debajo de los vestidos. Siempre le gustó dibujar, colaboraba con ellas haciendo sus trabajos artísticos recibía abrazos, Comenzó a hacer arreglos eléctricos, plomería, resanar paredes, colaboraba en la construcción, de esa forma ganaba dinero desde antes de estudiar la carrera. Ya sabía leer planos, hacer modificaciones, además de maquetas, era alumno avanzado, gracias al trabajo. La arquitectura era una de las cosas que más le gustaban, aclaró que por ella sentía una gran pasión. Se acercaron a besarse, rozó el hombro con las yemas de los dedos, después le imprimió un beso al centro del escote.
Ella se levantó le dio la mano, planeaba llevarle a la habitación, él la rodeó por la cintura besos profundos, lenguas danzando. Al oído rozando el lóbulo, le pidió lo dejara hacerle algo primero, la sentó en el sillón. Soltó el vestido del cuello, acarició sus voluptuosos atributos, con la boca los elogió, ella hacía la cabeza atrás. Levantó la falda, sus varoniles manos rozaban la parte interna de los muslos, con los dedos frotó el encaje. Agitada se muerde el labio, pide no se detenga, retira la pequeña prenda bermellón, la huele, de rodillas como estaba se sumergió. La sensual bibliotecaria arqueada, lo despeinaba, gritó sin parar. Cuando él la miró, ella lo tomó de la camisa, le comió la boca, se levantó dejando caer el vestido.
De la mano, al entrar a la habitación le quitó toda la ropa se besan de nuevo, ella le muerde el labio inferior, mientras roza su virilidad con la mano. Pregunta si le tiene confianza, él boquiabierto asiente le hace acostarse boca arriba a mitad de la cama, le coloca el antifaz rojo de seda. Ella se sube a la cama, comienza a rozar con las yemas de los dedos, los labios, luego le acerca una de sus bondades que el chupa encantado. Quiere tocarla, pero no se lo permite eso le incita más, con la lengua lo recorre de los pectorales hasta la entre pierna. Frotaba también con otras partes de su curvilínea figura, su boca provocó se extasiara, apretaba la ropa de cama. No sabía que deseaba hacerle lo tenía loco, de pronto, tomó una vela (de una parafina especial la cual servía para dar masaje.) Sentada encima de él vertía un poco, retorcido, resultaba encenderle más ese vaivén de caderas al tiempo le frotaba el aceite. Apagó la vela, tomó sus manos las colocó en su cintura, sincronía entre ambos, le quitó el antifaz, se incorpora sus bocas hablaban ardiendo. En una ágil maniobra él la giró boca abajo le rodeó aferrado a sus generosos atributos, para continuar pegados, golpeteo incesante, ambos cantan al unísono fuerte.
Minutos después un poco sudados, acostados se abrazaron acariciaban su rostro, él entrelaza sus dedos, menciona lo fascinante que le resultaba. No solamente como le seducía, sino todo, ella responde le ocurría lo mismo, se besan suavemente, ambos coinciden en tener ganas de pastel. Van juntos a la cocina, vestían solamente la pasión en la piel, en ese momento el celular emite el sonido de una alarma. Ella pregunta sobre el ruido, él tomando el móvil se lo muestra, había activad las cámaras. Una lámpara de sensor dentro y fuera, le enviaba registro de actividad. Parecía que todo estaba bien, entonces le platica que cuando fue por los vasos a la tienda, la morena de rulos, se bajó el escote. Alcanzó a ver el brillante de fantasía sobre la minúscula rosa de seda negra que ella le puso. Obviamente no le hizo ningún comentario, era la ladrona de lencería.
Ella seria le reclama por clavar la vista en el escote de otra, él explica que buscaba la prenda perdida, entonces, se ríe amenazando le dará un castigo. Le llevaría al calabozo, como un prisionero para abusar de su poder y someterle sin piedad a sus deseos. Ambos sueltan la carcajada. El sexy arquitecto le toma de la cintura la sienta en la mesada. Le da pastel en la boca, embarra chocolate en sus firmes protuberancias, sin dejar rastro alguno se lo come, sin reclamo alguno. Pide que lo repita, ella le sujetaba del alborotado cabello, parecían tener hambre otra vez. Cuando él va a su rincón favorito, lo deja hacer lo suyo, entonces le dice que quiere mostrarle algo. Necesita zapatos y una gabardina nada más, ambos se cubre, ella toma dos linternas. Una puerta trasera daba a un pasadizo, el cual conectaba con la librería, sorprendido, acepta. Caminaron por un pasillo que tenía unas repisas, él bromeaba con ser su prisionero. Ella le cuenta que su abuela tenía un amante, de pronto la agarra le abre la gabardina, le advierte se sujete de la madera. Levanta el femenino muslo con la prenda abierta, para entregarle todo lo que sentía. La sacudía disfrutando el vaivén, sin parar, fuerte, estimulante, el lugar parecía tener eco, sus voces entonaron todas sus ganas.
Entre risas y besos, él menciona que no dejaba de sorprenderle, eso había sido tal como descrito dentro de una novela, Cerraron las ropas, se miraron lo llevó hasta el final, abrió una puerta estaban en la librería. Resultaba muy interesante, pero le gustaría hacer el recorrido de día. Beso profundo en la oscuridad entre la madera y los libros, ahí donde estuvieron piel con piel por primera vez. Hecho llave regresaron por el camino, ladrillos, repisas, alguna lámpara que necesitaba reparar. Existía una puerta que nunca había abierto.
De vuelta en el apartamento, tenían sed, se les antojaba ponerse cómodos. Pijama y camisón corto acostados, conversaban él ansioso por conocer la historia de la abuela, quien por lo visto tenía una vida llena de sorpresas. Uno al lado del otro, él entrelazó sus dedos, escuchando atento mientras le veía boquiabierto con la melena suelta. Ella se estaba enamorando del adorable y sensual hombre.
En el amplio apartamento del bronceado caballero, prometido de la hermosa de los rulos, ella había ido a casa del arquitecto. Después de seducirle hasta dejarle dormido. Al darse cuenta que en la casa móvil no estaba regresó con su novio. Quien despertó justo cuando ella bebía agua asomada al balcón, la abrazó, ella dijo que no tenía sueño, había salido a caminar. Entonces él se ofreció a relajar su cuerpo, le abrió la chamarra para descubrir que no usaba nada. Lo cual le encendió, lamió en área, la sentó en el grueso barandal, sacó el pantalón, metió mano. Ella se agitó, lo agarró de la parte baja del pijama, le abrazó con las piernas, advirtiendo no se detuviese, obediente, la estremeció. Sin importar que algún vecino escuchara, ambos disfrutaron ese sedante muscular…
Sentada en un cojín, descalza, con una taza de capuchino doble, acompañado de galletas de canela. Múltiples veas encendidas a favor del bienestar, la paz, salud y armonía para el mundo entero. En la cocina quedan restos de mantequilla, azúcar, el horno se encarga de inundar el ambiente terminando de dorar una rosca de limón. El cómodo sofá frente al calentador, chocolate caliente, café o té sobre la mesa, la lluvia afuera. Mientras escucho a Matt Forbes – Mad About You – una sensual voz. Agradezco tu grata visita al blog.
Respira hondo. Inhala curiosidad y exhala suspenso…



















Fotografías de Elvira González.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
Continuará…
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