Por: Elvira González.
Después de una noche en la cual descubrieron esa química irresistible que tenían, parecían conocerse tiempo atrás. El adorable doctor preparando aquel caldo con alubias, chorizo, morcilla, vegetales, pimentón, entre otros ingredientes, decía que podría revivir una momia. Ilusionado por cocinar para su nueva novia y al abuelo quien resultaba haber sido el amor de su tía favorita. Ella había puesto la mesa, serviría las natillas en unas copas espolvoreando canela encima. Era el postre preferido de su querido viejo.
A la hora acordada, con la olla lista el enamorado entraba, la colocaron sobre la estufa, el ambiente todavía olía a vainilla, azúcar. Un poco sedientos agregaron algo de vino a la limonada con agua mineral. Animado y hambriento apareció el abuelo, se sentaron a la mesa, pan algo de queso, los platos soperos quedaron vacíos, una verdadera delicia. Dulzura en boca ese postre irresistible, la conversación pasaba de lo serio a las risas. De pronto el teléfono sonó, ella se levantó a contestar, al otro lado del auricular una voz femenina preguntaba por el querido viejo. Al escuchar quien le llamaba se sonrojó, se levantó para hablar desde su habitación. Cuando regresó no podía ocultar la sonrisa, comenzó a contar la historia, la tía del doctor y él se habían conocido en su juventud. Se enamoraron desde la primera vez que se vieron, ambos apasionados, alegres, disfrutaban cada momento juntos. Pero los padres de ella se la llevaron a otra parte del mundo, hija de un diplomático. Pasaron los años, de cierta forma nunca perdieron contacto, cada uno conoció a esa persona con quien debían casarse. Aunque fueron muy felices en sus matrimonios jamás se olvidaron el uno del otro, ese amor perduraba.
Decididos a encontrarse, quizás podrían volver a sentir esa chispa que tenían, ambos viudos, libres. Llegaría al día siguiente, mientras el abuelo hablaba emocionado, la pareja daba sorbos al café, entrelazaban las manos. Prepararían una comida deliciosa para recibirle, pasarían el resto de la tarde preparando una pasta corta a los tres quesos. Papas, cebollas, ajos, con carne marinada, mantequilla, albahaca, entre otras especias. Todo al horno, los besos eran frecuentes, mientras el adorado viejo veía su programa de televisión favorito bebiendo una infusión.
Ellos parecían dos adolescentes, las manos inquietas por debajo de la ropa, la blusa abierta, la falda arriba. De pie, espaldas a él, una mano aferrada a su voluptuosos atributos, la otra entre los muslos, era difícil ser silenciosos. Ella movió el brazo hacia atrás le deseaba, estaba ardiendo, así continuaron, recargando los ante brazos, se movían con ritmo cadencioso. La abrazó con más fuerza, suspiros, más suspiros, ella se dio vuelta, se besaron, arreglaron sus prendas. Él le mordió el labio inferior, eso había resultado muy estimulante, terminaron de lavar los platos. Prepararon un té negro con leche, tenían ganas de dormir juntos, pero acordaron sería hasta el día siguiente. Para que su tía durmiese en su habitación, darles libertad a los antiguos enamorados.
Si la tía del doctor y su abuelo se hubiesen casado, el destino de ellos sería totalmente distinto. No podían creer como todo se acomodó para que se conocieran en el momento propicio. Tardaron en despedirse por lo menos media hora, besos, caricias, abrazos, tan reconfortantes, estar entre sus brazos evocaba esa sensación del calor de hogar.
En el cielo las estrellas brillaban, la luna se preparaba para aparecer completa, sueño profundo pero extrañaron la compañía del otro. Amaneció, esas actividades del diario ahora tenían una motivación especial, tenía algunas citas que atender en el taller. El abuelo muy bien arreglado, usando loción, del refriado ni se acordaba. La mesa quedó lista para la hora de reunirse con la invitada, la habitación dispuesta para hacerle sentir en casa. Más tarde le alcanzaría en el local, necesitaba buscar una joya que tenía guardada para su antiguo amor.
La sastrería abierta, tendía unas telas sobre la mesa para la clienta que esperaba, el enamorado doctor fue rápido a darle un beso de buenos días. La sorprendió estaba de espaldas a la puerta, le abrazó, murmuró al oído el recuerdo en la cocina, le tapó los ojos, ella se giró, un par de besos se quedaron con las ganas. se fue. La señora no llegó lo cual era raro, solía ser puntual. Marcaba una lana con la greda, sin ver hacia la puerta. De pronto, le cubrieron los ojos con una seda negra, se quedó quieta, una mano entraba por el escote de la blusa, la otra levantaba la falda. Suspiró, era una intensa sensación, con las tijeras cortó el encaje, percibía mejor. Besó el cuello, ella le pidió no se detuviese. introdujo el dedo índice en su boca, el cierre del pantalón bajó. Recargada sobre las gasas, hasta la cinta métrica colgada del cuello salió volando, golpeteo, agitación, emitieron fuertes sonidos al unísono. Después ella se giró descubrió sus ojos, eso había resultado sorprendente, muy excitante. Se arreglaban las prendas. Él con la bata blanca puesta, al no llegar su primera cita, no resistió la tentación. Ella comentó que saber que alguien podría entrar, los ojos vendados, sin saber que la visitaría, resultaba fascinante. Él levantó el encaje que cortó, lo acercó a su nariz, lo guardó, pensar en que debajo de la falda no usaría nada, resultaba provocativo. Se reunirían para comer.
Se miró al espejo estaba sonrojada, se recogió el cabello, al recordar como le hizo sentir se mojó el labio inferior, era tan sensual. Llegó su segunda cita, el vestido le sentaba perfectamente, añadiría una tira de encaje bordado rodeando el cuello. Se lo entregaría en dos días, la clienta le preguntó si se había hecho algo, lucía radiante. Ella sonrió, se sentía tan bien, eso no lo podía ocultar. Sonó el teléfono, su abuelo al otro lado del auricular, su querida amiga había llegado, ya estaba con él. Le faltaban dos citas por atender, cerraría para ir con ellos. Así también les daría tiempo de platicar solos, tenía una jarra de naranjada en el frigorífico. Ese reencuentro tan esperado por que querido viejo.
Su abuelo y su antigua novia, estaban felices platicando bebiendo naranjada, sentados en la sala. Tenían la misma sensación de la primera vez que estuvieron cerca, él tomó su mano, besó el dorso. Ella confesaba no haberle dejado de amar, a él le sucedía lo mismo. Sin decir nada más se besaron abrazados, por sus mentes pasaba la imagen de su último encuentro, él sacó del pantalón un anillo que tenía guardado. Advirtiendo que no lograría ponerse de rodillas, le pidió matrimonio. Habían esperado tantos años para ese momento mágico, no lucían igual, su piel en cada línea de expresión contaba historias, así tal cual se aceptaban. Aprovecharían cada momento juntos, sin importar achaques, manías, o cambios en la anatomía, nunca sería tarde para volver a empezar..
Mientras los jóvenes apenas escribían los primeros renglones de su vida juntos, disfrutando de tanta pasión. Ellos regresaban en otra etapa de su profundo amor, inventarán otro tipo de fantasías y citas románticas…
Sentada en la pelota de pilates, descalza, una taza grande de capuchino espumoso con jengibre espolvoreado, endulzado con azúcar mascabado. Velas encendidas haciendo el ambiente acogedor, con la intención para que tengamos un mundo lleno de paz y amor, un planeta sano. El cómodo sofá con frente a una mesa con bocadillos salados y dulces, bebidas también. Mientras escucho a Melody Gardot – C’est Magnifique- me encanta esta canción. De esta forma agradezco tu presencia al blog.
Respira una y otra vez. Inhala amor y exhala verdadera pasión…



















Fotografías de Elvira González.
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Continuará…
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