Por: Elvira González.
Un motociclista, pantalones ajustados realzando su virilidad, camiseta blanca permitiendo apreciar sus músculos, olor a maderas. Labios carnosos humedecidos por la lengua, enrojecidos por morderlos, caminar seguro, galante. Pensamientos sexuales, esos que provocan al cuerpo a sentir esa sensualidad que emana. Relajado, decidido a ir por una de esas dosis de pasión desenfrenada que tanto extrañaba. Además debía arreglar un asunto de negocios, era importante bajo sus términos. Caprichoso, convencido que me merecía recibir cualquier cosa deseada, la negación a sus peticiones era algo rechazado por su persona.
Norton muy temprano, estaciona la moto afuera del lugar. Se baja fuera casco y chamarra de piel. El olor a mantequilla, canela, azúcar, vainilla, anís, naranja mezclado con el tostado del café eran irresistibles. Lulú había sacado la última charola de pan del horno, acalorada se había desabrochado la blusa, bebía agua. Cuando se percata del sexy hombre chorrea el líquido por su escote, ya le había parecido atractivo, pero lucía tan ardiente. Inevitable bajar la mirada al ver esa textura de la tela junto a sus fuertes piernas, pasó saliva. Él con una sonrisa saludó, ella también. Sacó un pañuelo de tela para secarle lo mojado que se asomaba de sus voluptuosos atributos, la varonil mano se deslizaba. Mientras él mencionaba «estaba tan mojada», ella se ruborizó, él se mordió el labio inferior. Después, con el índice limpió junto a la comisura azúcar impalpable y se chupó el dedo. Dijo que sabía rico, ella se quedó sin aliento, después, otra vez con la yema rozó su labio inferior, tenía que arreglar el labial que le corrió. Entonces le hace saber lo afortunado que es su esposo, ella aclara es viuda. Norton corrige, «bella y libre», Lulú se sonroja, pensando en lo atractivo, observa sus varoniles manos mientras aprieta las pinzas para agarrar los bizcochos. Ella le pregunta si desea café para llevar, él asiente coqueto le confiesa desear tantas cosas hermosas, al tiempo que clava la mirada en los botones abiertos.
Termina de elegir elegir sus esponjosos panes, le gustan tanto grandes y dulces deja saber mientras muerde uno. Le pregunta si cenaría con él sabía cocinar muy bien, ella se queda muda, él saca la cartera para pagar. Agradece, se acerca para plantar un beso cerca de la comisura de la boca, se detiene un momento, diciendo huele rico. Colocó ambas manos en los hombros, frotó un poco, provocador con las miradas, al tiempo roza sus pantalones (justo debajo del cinturón) con el mostrador, ella lo ve.
Entonces, Lulú recuerda tener un pendiente en la cocina, pregunta si le ayudaría a meter las baguettes al horno, debían quedar duras, doradas, crujientes. Norton entra para rodear con sus brazos su cuerpo, la pega a él, ella levanta la pierna, él la siente. Mete la mano por debajo de la falda, besos más intensos, la carga. En la cocina la sienta sobre la mesa, abre la blusa. Descubiertos los atributos, hace justicia con boca, lengua y manos, continúa recorriendo hacia abajo, suspira profundo. Hasta que el olor a quedado de las barras de pan le hace reaccionar. Norton después de invitarle a cenar y besar su mejilla se había subido a la moto para marcharse. Preparó un granizado de café bien cargado, asombrada del efecto que le provocó. Necesitaba enfriarse, preparará helado de café con chispas de chocolate.
Manejaba ágil, a velocidad alta, a esa hora pocos automóviles circulaban, en breve se estacionaba frente a una casa de puerta blanca, fachada de ladrillos. Césped podado, flores, plantas y un árbol al frente, un vecindario tranquilo, buen nivel económico. Se quitó el casco color negro, pasó los dedos por el pelo, sacó una pequeña botella de loción perfumando del cuello, pecho, cintura. Se mordió un poco los labios, enrojecidos y húmedos quedaron, caminó hasta la puerta. El dedo índice apretó dos veces el timbre, sonaba en forma elegante. Se abrió el batiente, melena castaña con residuos de agua, bata de baño blanca con su inicial bordada. Vivian sonreía después de escanear al atractivo Norton. Realmente lucía más sexy con esos hilos plateados sobre el cabello y la barba, fuerte, su virilidad notoria. Ella se mordió el labio inferior, por su mente pasaban esos placenteros momentos que le proporcionó su amigo. Le invitó a pasar, él se la comía con los ojos, más guapa, favorecida por esas curvas otorgadas al ser adulta. Deseaba tirar de ese cordón, con la bata abierta, aclaró la garganta mientras su imaginación volaba. El le entregó la bolsa de papel, mientras le dejaba saber que tenía antojo de esos bizcochos tan especiales.
Fueron a la cocina, él miró la parte baja de la espalda contorneándose en el caminar descalza hasta la cocina, más sensual que nunca. Preparó la cafetera, colocó los azucarados y cremosos bollos cobre una cesta, en la mesa de madera al centro. Ella preguntó si ya había intentado ver a Nathan a distancia, él asintió, solamente lo vio pasar en el coche. El aroma a café anunciaba estar listo, lo sirvió inclinándose un poco sobre la mesa, para dejarle ver el escote. Él respiró fuerte, dos de azúcar, movió la cucharilla unas cinco veces, luego la metió en su boca, otra vez en la taza, se la dio. Un gran sorbo sin quitarle la vista de encima, ella bebió el suyo sin azúcar, se sentó sobre la mesa, introdujo el dedo índice en la crema batida de una pieza. Lo probó repitió el mismo movimiento, pero chupó más su dedo. Haciendo sonidos de disfrute, la tercera vez con más cantidad, se lo embarró en los atributos. Lo volteó a ver preguntando si quería limpiarle, con la respiración agitada, de pie frente a ella, tiró el cordón. Su tenaz lengua dejó el área limpia, las manos aferradas como tanto le gustaba, besos con danza de lenguas. Explorando el cuello hacia abajo, él le hizo saber lo mucho que le extrañaba, sobre todo cuando continuó más abajo del ombligo. Ella arqueada sobre la madera rectangular, sin duda alguna le hizo saber el gusto que le daba tenerlo ahí. Después cambiaron de turno, Vivian lo volvía loco. Concluyeron el trato, ella recargada sobre la mesa Norton abrazándole por detrás, le entregó la pasión acumulada de varios años. Él estaba enamorado de ella.
Largo tiempo después, sentados en las sillas, tomaron varias tazas de café dos bizcochos cada uno. Planeando como procederían con Nathan, tenían que manejarse con mucha cautela, de un cajón sacó algo que encontró escondido, era evidencia. Comenzaba su turno de vigilante, después de que salían de trabajar los de la zapatera, entonces tendrían tiempo para ponerse al día. Él quería cocinar para ella una pasta en salsa boloñesa, abrirían una botella de vino para brindar por estar juntos. El placer de la venganza, eran almas gemelas, una larga historia les unía…
Vívian había pasado la noche con Nathan en su departamento, salió de madrugada, regresó en un taxi a su casa, a ducharse para recibir a su antiguo amante Norton.
La inspectora Harmony disfrutaba la tercera taza de café, el segundo pan, cuando al abrir un expediente que la habían enviado de otra oficina. Comienza a leer la descripción de los atacantes, uno de ellos perdió la vida, el otro tenía la descripción exacta a la de Tanner. Un justificante dela clínica psiquiátrica que declaraba tener múltiples trastornos, por lo cual debía ser ingresado de por vida con tratamiento. Continuó leyendo, el nombre de la joven era Sue Andersen, no conocía el apellido de Leonard, pero todo coincidía. Al final del archivo estaban las fotografías. Lágrimas brotaron de sus ojos al ver el daño hecho a la chica, con frecuencia tenía acceso a ese tipo de cosas. Pero no dejaba de ser sensible, más conociendo a Leonard quien era un buen hombre. La última imagen era de Tanner, haciendo un gesto de tristeza. Tenía ganas de torturarlo, la cuidadora seguía en el hospital delicada…
Las chicas desayunaban jugo, huevos y tostadas quemadas al estilo Filomena, quien untó queso y les hizo una cara feliz, estaba en las nubes. Bebían la segunda taza de café con leche. Cuando tocan a la puerta, la señora Magda entregaba un ramo de rosas blancas para Nubia. La tarjeta solamente decía «buenos días hermosa» firmaba «tuyo Benedicto Borsetti». Todas suspiraban ante tal romántico detalle.
Borsetti fue el primero en llegar a la fábrica, se detuvo por un pedido de pan recién horneado con Lulú, además de una bolsa de café molido. Había preguntado por el menú para la comida, verduras capeadas, rollos de pescado, sopa. Quizás necesitaría una mesa para dos, le hablaría para confirmar.
Sentada en un cómodo sofá, descalza, con una taza de chocolate caliente con especias. Velas encendidas con buenas intenciones, un mundo sano y en paz para todos. El aroma de cítricos inunda el ambiente, el sonido de la fuente armoniza. Mientras escucho a Sam Smith – I’m Not The Only One, una voz muy varonil. Lugar cálido y confortable acompañado de una taza con pastas dulces, disfruta. Agradezco tu visita al blog.
Respira hondo. Inhala amor y exhala pasión…
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Continuará…
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